Loza y menaje de una cocina antigua (1935) (Autor desconocido)
Ya
llegaron estos sencillos amigos de la cocina, después de una larga tregua
silenciosa y terrible. Saludémosle tocándoles estrepitosamente el fondo con una
cuchara, y que el alma casera se ensanche de una vez para siempre.
Alemania, dulcificada y tímida, lanza de nuevo
sus cacharros barnizados por el mundo. Y el puerto atlántico, el antiguo puerto
propicio, les hace un hueco en el muelle. Los cacharros llegan con una alegría
extraordinaria, de soldados prisioneros, y aunque el cautiverio fue lento y
pensativo, llegan brillantes y limpios a llenarlas cocinas artesanas y a
inquietar la conciencia del orgulloso cacharro inglés.
¡Economía lejana y olvidada que vuelve a
nutrir la emoción dominguera del tenedor de libros que contemplaba ayer la gracia
de sus cacharros alemanes sobre el fogón! Cacharros baratos y solucionadores,
por los que él fue germanófilo en la guerra y defendió como un energúmeno
ilustrado la historia bélica del amado lmperio.
Hay una sonrisa menos amarga en los honestos
hombres del sueldo, y el cacharro, al dar un nuevo cobijo si cocido tradicional,
tiene la alegría limpia de un nuevo año, la simpatía cromada y reluciente de un
almanaque de pared el primero de enero.
Un caldero grande, enorme, y dentro, otro más
pequeño, y dentro, otro y otro, y así hasta un caldero mínimo, como las cajitas
de cartón de las boticas, o como son los simples juegos de prestidigitación
domésticos. De este modo regresaron a la ciudad ansiosa.
Primero, la voz del tendero, voz que aún
guarda la perfidia de la guerra, voz metálica, de dinero acumulado, voz que dice
la buena nueva; después el estremecimiento de los buenos hombres de la clase
media, y finalmente la procesión de padres de familia con las chisteras de sus
cacharros empaquetados, que destilan por las calles con una modesta impudicia
de hombres que se creen opulentos. Y luego el triunfo apoteósico de la casa, la
recepción jubilosa y femenina. Fiesta de epifanía. Sol. Mar. ¡Gloria! La temperatura
espiritual de un insular estuvo a merced de un cacharro barnizado.
Jamás llegaron al puerto huéspedes más ilustres,
ni más conmovedores. Piérdense ya en la bruma de los días sangrientos los espantados
rostros de los náufragos; la alegría holandesa de aquellas caras brillantes que
en los días de la guerra iluminaron nuestro silencio y nuestra tristeza es sólo
un recuerdo perdido, un recuerdo de años infantiles, de visión fugaz y de
confusos colores. Ya no queda nada de ayer. A los ingleses se les ha desteñido
la herida y la heroicidad es tan poco importante ya como la del duque de Alba o
la de Hernán Cortés. Héroes sin actualidad que no ofrecen al hombre "post-cacharros barnizados" ninguna emoción comprensiva y honda. Este cacharro
es mayor condecoración. Está hecho de cruces de hierro fracasadas, de cañones
con la vanidad rota.
Caldero y... (1890-1895) (Foto de Miguel Brito Rodríguez)
Y el señor Hagen, Merlín de estos prodigios,
ha abierto las puertas de su escritorio con la absoluta seguridad del triunfo. El
reloj monstruo del relojero Pflüger* marca a la ciudad una hora menos tirante y
se aviene al tiempo corriente, porque ya sus comprovincianos los cacharros de
hierro tienen la antigua libertad reconquistada, y pronto les tocará a los
relojes. Podemos, pues, ajustar nuestros relojes propios con este reloj alemán
y hasta los diamantes alemanes de las joyerías, que no brillaban nunca, y si
brillaban era con una falsedad de casco guerrero, pueden ya parecernos
legítimos. Y ellos mismos se refocilan en el engarce, porque si la hora de los
cacharros llegó, la de los diamantes no estará lejos.
El reloj monstruo señaló la hora del cacharro,
y el cacharro irrumpió en la ciudad con todo su natural estrépito de cocinería.
Cuando la hora del diamante suene veremos destilar como alegoría un ejército de
alemanes con buen cuerpo, agitando unos estrambóticos sombreros de plumas de
almoneda.
Brillarán los lentes, brillarán los zarcillos,
brillarán los alfileres de corbata. El cacharro repulido y sonoro es el heraldo
de toda la futura fantasmagoría.
Este cacharro libre, con cierta descarada
libertad, nos anuncia las proximidades de una "Bella desconocida" con el pelo
verde, esa “Bella desconocida" alemana que se pide siempre con la mascarilla de
Beethoven; nos anuncia las dos "tanagras" de las ánforas en el hombro y los
chales de un Ceylán hamburgués; el cromo del cazador con una pluma en el
sombrero de lana a modo de escarapela y una escopeta a la funerala; el vaso
gótico del señor Kullman y el cofre griego del señor Liebert. El cacharro, con
su aspecto sencillo y democrático, de multitud, traerá detrás toda la
improvisada aristocracia del arte pacotillero.... Y en tanto cocinemos las patatas caras en el caldero económico, melificarán nuestra amargura de subsistentes, los claros ojos de las venus germanas, que nos lanzarán una ancestral
mirada helénica.
Pero contentémonos con el cacharro. Este
orgullo de escayola del señor Hagen que ha traído los cacharros tiene una justificación
simpática. Este hombre, acorralado detrás de su mesa de escritorio durante la
guerra, defendióse de la lista negra con una graciosa neutralidad. Y toda su
esperanza, que el hambre azotó hasta el límite de la crueldad, fue esta de los
cacharros. Él pensó que todo habría de acabarse, que la guerra tendría un fin y
que el mundo se volvería demente y qué el dinero un día no sería bastante a comprar
cosas. Pero pensó también que detrás de estas hecatombes llegaría la
resurrección de los cacharros. Su momento. Este momento de mayor trascendencia
futura. Momento que al fin es Ilegado tal y como él lo esperó.
¡Pascuas! -gritó el señor Hagen con su amplia
nariz. El Christmas británico perderá actualidad este año. La planchada tarjetita
de pascua inglesa no lucirá su prestigio. El pastel se dorará en una de las
sartenes del señor Hagen y el cerdo se guisará como un consciente alemán
kantiano en ese enorme caldero que él traería, en esa "Crítica de la razón pura" de la cacharrería universal.
Y los cacharros arribaron en Pascua y sonaron,
como las pascuas, contentos. Y las desoladas y marchitas cocinas insulares se han
rejuvenecido con la graciosa veste de estos cacharros, fundidos con un
pensamiento recto y largo, de seis años de esperanza y rebosados con un limpio
barniz sereno, que les da cierta claridad goethiana...
[29-I-1921]
* La referencia a Carl Pflüger se cita en la página 14 del documento enlazado.
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