Partido de fútbol (1920-1925) (Autor desconocido)
La pelota inglesa es una cosa trascendental.
En España la pelota tiene también una rara trascendencia. Por culpa de esa pelota
española, pluralizada casi siempre, rodamos de peldaño en peldaño hacia el
arroyo de la inervilización.
La pelota inglesa no es tan contundente. Frívola,
vana y casi siempre bruta, va de inglés en inglés compitiendo con su cráneo
deportivo. En la lucha de cabeza y pelota, la pelota gana siempre. Bajo el
cuero y bajo el hueso, hay, frecuentemente, una idéntica hinchazón.
Un inglés es un hombre fuerte y frío por
virtud de su pelota. Arrojar la pelota al aire es un ensayo profiláctico
mental. La pelota se acostumbra primero y la cabeza está después en disposición
de recibir todos los vendavales de la lógica. La pelota es casi toda la
imaginación del britano corriente, claro; ese britano de las colonias y de los
paquebotes: el del salacot y el smoking arrugado.
Un inglés se pone en su campo de foot-ball, y
desde su extremo lanza su pelota. Otro inglés la recoge y se la devuelve y así se
mantiene un sustancioso coloquio de cabeza a cabeza. Porque la pelota rebota de
la coronilla del uno hasta la coronilla o el frontal del otro. Choque
espiritual. Dialogo silencioso.
La pelota es una idea general y redonda, una
idea común, una frase hecha que salta de un sitio a otro sitio, invariable, conservadora.
La pelota es la idea de todo inglés vulgar, es como una placenta endurecida,
donde se le confecciona la pequeña, la diminuta semilla intelectual.
Un inglés, por puro amor de su pelota, pierde
toda consideración de las demás cosas: la curiosidad, por ejemplo, y ese su menguado
sentimiento humano. La pelota ha sido tan importante como la divisa de los
leopardos o el ardoroso escarlata del regio pabellón. Ahora mismo, no hace unos
días, la pelota inglesa acaba de sorprendernos con una idea más profunda que
las que naturalmente lanza, con una idea de tan fastuosa calidad que un corazón
se ha detenido súbito, al escuchar el secreto de la pelota: un secreto de
ultratumba. ¿Cómo? Veamos.
Equipo británico de fútbol (1934) (Autor y localización desconocida)
Los ingleses saltan generalmente de sus barcos
con una pelota: son las "nurses" de sus propias pelotas y no se apartan de
ellas con el más amoroso de los cuidados, y si tienen ojos no ven los caminos
de sus creencias ni el lejano horizonte sentimental de los ocasos. Los barcos
atracan, y aunque el sol raje los enormes monóculos de los camarotes, estos
ingleses sólo atienden a la sombra de sus pelotas. Y saltan en el muelle,
llevando en la mano su pelota, como unos Niños Jesús, un poco patudos,
ridículos y protestantes.
Concentran todas sus miradas en las pelotas,
que tiemblan en las manos como queriendo rodar, que ruedan de un modo invisible,
llevando al inglés con un temblor igual por las carreteras hasta el campo
mágico donde la pelota se escapa de las manos y se refocila como una perrita de
bolsillo en una alfombra plumosa sobre el apisonado polvo del solar de los
deportes.
Pues bien: un inglés de estos inseparables de
su pelota ha saltado ayer y era el primer viaje que hacía de agregado en un
barco y la primera vez que también veía tierra sin niebla y sin silencio. Pero
su pelota, la barragana de su pelota, se lo llevó aturdido, anestesiado al
campo, y en el campo lo hizo correr violentamente con una extraña ansiedad de
misterio.
¿Qué tenía aquella pelota detrás de su
oxígeno? El inglés estaba como sujeto por el encanto de la pelota. La pelota
sonaba en su cráneo y el inglés se reía como en un sueño de recuerdos, como si la
pelota le metiera, al rebotar, recuerdos silenciosos en la cabeza. Por otro
lado, la pelota tenía un ambiguo aspecto de hechicería, era quizá una hechicera
metamorfoseada, una pelota con un veneno dentro, con un secreto vengativo
dentro.
El inglés parecía dominado por la misteriosa
pelota, como si la pelota lo tiranizara. El, sin duda, estaba unido a aquella
pelota de un modo distinto a los demás ingleses, acaso por un pacto diabólico. Dentro
de la pelota estaba una maga, que lo había aprisionado para toda la vida; la
sangre del inglés se perdía gota a gota dentro de la pelota, clepsidra de sus
horas.
Y él se entregaba embriagado a su pelota.
Pero, sin embargo...Hubo un instante en que el inglés olvidó a su pelota,
porque las miss de la colonia tenían una gracia menos tirante y el oxígeno les
daba fuerza sobre las faldas vaporosas, y al entrar en el pecho, veía el inglés
moverse otras pelotillas más infantiles, menos rígidas, sin duendes terribles
dentro, solamente con unas presentidas boquitas de princesas enanas, que se asomaban
transparentándose en la fina batista de las blusas.
Entonces, al verse de ese modo distraída, la
pelota grande empezó a variar, celosa, en el aéreo camino, y saltó de una cabeza
rubia a otra pelada con tal furiosa agresividad que un momento llegó con la
acerada certeza de un punzón a clavar su estampido sobre el enamorado corazón
de su inglés. Y el inglés dio un salto terrible, y mientras la boca se agrietaba
por una terrosa mueca, el inglés desplomóse en el campo sin vida.
¡Ah! Las miss se quedaron de pronto sin senos,
y los gentlemans sin valor en los pies, y el doctor que siempre está en los
campos de deportes, no como doctor, sino como punto, acudid para certificar una
muerte vulgarísima. El inglés había recibido un golpe en el corazón, y como no
andaba cuerdo el corazón, se había parado.
Después del certificado, el inglés fue
sepultado en la tierra, sin pelota, porque la pelota habla desaparecido de un
modo misterioso.
Mas yo presumo de haberla visto desoxigenarse
en silencio, extender su cuero y cubrir después poco a poco la cabeza del
difunto.
Todo esto
hecho así como en escenografía de película. Cuando la metieron en el ataúd y
luego en la tierra, ya el cuero de la pelota se perdía bajo los cabellos.
El cuero del artefacto deportivo era de la misma
piel desdichada del muerto.
[15-IX-1921]
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