Unamuno en los juegos florales de Las Palmas (1910) Fotografía de Luís Ojeda Pérez.
Don Miguel de Unamuno ha gritado a todos los vientos de España que se va al nuevo
continente. Por esta isla pasó el grito con el recuerdo lejano del hombre
ardiente que un día la hizo entreabrir los dormidos ojos.
Para este pequeño insulario de los panoramas
tranquilos, es siempre la voz de Unamuno la voz de su silencio. Yo la siento por
las vertientes de mi alma, por los tortuosos barrancos de mi espíritu,
resonando como un eco de hombre que huye. Yo he sentido un día como su mano de
madera retorcida de Cristo, esa mano que uno ve de madera y toca de madera y
siente que no es de madera sin embargo... yo he sentido cómo su mano se metió
en mi corazón un día y lo apretó fuertemente y de húmedo que estaba, con humedad
de lágrimas fáciles, lo tornó seco, pero con sequedad fuerte y sálmica y se
hizo por tal virtud su canción áspera para la vida. Los caminos también se
hicieron más largos para los pies fuertes y todos tenían montañas y rocas, esa
verdad unamunesca de su bello chaleco cerrado, bajo el que se fragua su tersa
voz de pastor protestante. Pero pastor protestante de unos países más altos que
aquellos otros de donde vienen esos rudimentarios pastores protestantes que explican
una Biblia de dos pesetas en una casa pequeña, con un letrero en la puerta que
dice: “Misión Evangélica”...
Yo procuré siempre cubrir los malditos e
inevitables reflejos elocuentes de mi vida española, mojando el pincel en el
gris de ese hombre, ese gris pardo, con ligeras velas sangrientas, que le da a la
conciencia ese nebuloso temblor amarillo de Greco... El color que se ve en las
cavernas del pensamiento seguro...Y quiero ahora, y siempre lo quise, templar
mi alma haciendo sonar con la mirada de mis ojos su recuerdo de diez años... ¡Su
recuerdo que es como una maravillosa coraza de plata oxidada en mi memoria...!
Cuando mis pies caminan rectos y solitarios
por estos arenales de oro donde un día cruzamos juntos, descubiertas las cabezas
bajo un sol que él no conocía, lo siento surgir a mi lado, me parece que toco
la leña de sus manos, que ardían de sol y de un amor diferente a todos los
amores, un amor que tenía una gratitud sin teatro y sin fotografía de periódico
ilustrado, esa gratitud de haberle dado tierras nuevas y humedad de vida
distinta a su espíritu, sin aplauso y sin quinta edición española de libro
gordo de trescientas páginas, lejos de toda relación musical con un lejano pueblo
hecho a base de abalorios sobre nalgas andróginas y de chinchín zarzuelero...
Entonces caminábamos en silencio y su alma chocaba contra las rocas corno elpedernal, y las chispas eran fugaces, pero yo las vi después clavadas en el cielo
de la noche atlántica.
Viva, como una llama de piedra, pasa todavía
su memoria entre las soledades de este rocal inmenso, y ahora que acaso pueda
pasar otra vez su cuerpo, acribillado hoy por las saetas de una irremediable y
nacional estupidez, rozando las costas canarias-hombre que huye con el dolor de su tierra dentro- me parece que
escucho su grito cortando el mar como una quilla más puntiaguda y afilada: ese
grito que se estrellará, corporizándose en un musculoso bronce eterno, sobre
aquellas montañas que pudieron sacudir el lomo.. .
Don Miguel de Unamuno es España entera que se
va, la España nuestra de fondo y de apagado alarido... La España errante que
dentro de un siglo será solamente un nómada recuerdo sobre los caminos del mundo...
Yo siento temblar mi alma de pobre hombre
desterrado, escuchando el rumor doloroso de ese grito que cierra el chaleco impenetrable,
ese grito que porque está en el fondo, y perdido entré los pliegues de una
conciencia de hierro, llega a mí como el tembloroso repiqueteo de un estertor...
Yo pongo mis oídos sobre el suelo, como el hombre de las llanuras, y siento
acercarse el eco de esos pasos de caminante perdido, que ante el llano desolado
e infinito, sin contornos, alza los ojos al azul buscando la orientación de su
camino en las estrellas eternas...
Las Palmas(Canarias) [l-XI-1921]
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